El sabio Avicena fue el autor de uno de los manuales más antiguos de la práctica de la medicina más cercana a la de nuestros días.
El best seller de Noah Gordon trata sobre la vida de un joven cristiano nacido en Inglaterra en el siglo XI que viaja por Europa para estudiar medicina entre los persas. Allí se encontrará con el llamado “príncipe de los sabios”, médico, filósofo, astrónomo y científico. Un personaje fascinante y real que marcó para siempre la medicina en el mundo. Su nombre era Avicena (Ibn Sina), y éstos sólo algunos de sus logros, todos recogidos en su Canon de medicina y El libro de la curación. Pensemos que estamos en el siglo XI, en la fascinante ciudad Ispahán, núcleo de la antigua Persia.
Fue el primer médico en distinguir la pleuritis (la inflamación de la pleura pulmonar), la mediastinitis (inflamación grave del mediastino) y el absceso subfrénico. Describió las 2 formas de parálisis faciales, es decir, la central y la periférica. Dio la sintomatología perfecta del diabético. Supo diagnosticar claramente la úlcera de estómago. Describió muchas variantes de ictericias.
Avicena fue el primero en presentir el papel de las ratas en la propagación de la peste, una de las enfermedades bacterianas más agresivas y que, con frecuencia, provocaba la muerte. No son las ratas en sí quienes la propagan sino las picaduras de las pulgas procedentes de ellas provocan bubones en las ingles y las axilas, la llamada peste bubónica. Mantener a raya las poblaciones de los roedores y evitar el contacto con ellos fue clave.
El príncipe de los sabios descubrió que la sangre parte del corazón para ir a los pulmones y volver y expuso con precisión el complejo sistema de ventrículos y válvulas de éste. Como colofón, decir que también fue el primero en describir correctamente la anatomía del ojo humano y familiarizarse con lo que eran las cataratas y su tratamiento, ¡operándolas!
Si todo esto fuera poco, él despertó la hipótesis de que el agua y la atmósfera contendrían minúsculos organismos de infinidad de enfermedades infecciosas. Es decir, que había que hervir el agua y desinfectarse las manos. Esta simple práctica salvó, y sigue salvando, millones de vidas.
Además de la disciplina de la medicina, este aclamado sabio también aportó conocimientos en los campos de la filosofía, el derecho y la teología, algo que era bastante común en las escuelas orientales: la diversificación de los saberes. Un erudito debía dominar varias disciplinas para poder, por ejemplo, ejercer de ello y ganarse la vida como médico, abogado o profesor.
El fin de Avicena fue paradójico. Siendo el primero en preconizar tratamientos para lavativas rectales murió por una infección intestinal que él mismo se trató y contra la que no pudo hacer nada. Sus conocimientos marcaron la medicina en las universidades de Occidente hasta bien entrado el siglo XIX. En la obra de Noah Gordon El médico, adaptada por beon. Entertainment al formato musical más espectacular, podemos ver a un Avicena especialmente carismático muy cercano a las descripciones del libro.
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